top of page

La culpa, una mirada sistémica a esa enemiga íntima...


En el trabajo que desempeñamos terapeutas, coaches, consteladores, es muy recurrente encontrarnos con los efectos tóxicos de esta emoción cuando las personas asisten a una sesión de trabajo.

Muchas veces, esta sensación de vivir preso de un resentimiento profundo hacia nosotros mismos, aparece como un refugio ideal para aquel que “opta” de manera inconsciente por este camino sintiéndose obligado a renunciar a su propia voluntad o capacidad para hacerse cargo de una determinada situación. Así, puede llegar a someterse o subyugarse a ese a otro o a la totalidad del sistema, familiar o social, en el que habita. Y ciertamente, a veces no hay muchas alternativas de cara a la subsistencia y/o al equilibrio de la persona y del propio sistema.

Otras tantas veces esta emoción, universal pero de singular presencia en Occidente gracias a nuestra herencia judeocristiana, deriva en el lugar de la víctima. Para Hellinger, no obstante, debemos mirar cuidadosamente el lugar de la víctima: “Hay que cuidarse de las víctimas, son muy peligrosas. Alguien que se queja de lo malo que fueron con ella (él), está buscando un aliado, no está buscando arreglar su situación. Una víctima nos arrastra a su estado. Hace que todos sean culpables. Todos los que no se “solidarizan” con su estado son “malos”. Una víctima es muy peligrosa, daña a todos” (B. Hellinger)

La dinámica “tensionante” entre inocencia y culpa debe ser bien entendida no obstante. Desde la mirada sistémica, mirada que reivindico en este escrito, pues todo movimiento que nos separa de los designios de nuestro clan, familiar o social, lleva consigo una carga inevitable de culpa. Es decir, mientras nos mantenemos dentro de las expectativas que el sistema o clan al que pertenecemos pone en nosotros, habitamos la inocencia, y es cuando decidimos movernos o romper con ello que surge la culpa. Un ejemplo de ello lo vemos en el caso de una madre divorciada con hijos que decide no volver a formar pareja y dice a sus hijos cosas como: “es que yo decidí no volver a buscar pareja por cuidarlos a ustedes, por tanto ustedes deben cuidarme a mi como yo cuide de ustedes”

“La culpa indica el límite, hasta dónde puedo ir y dónde tengo que dar vuelta para tener aún el derecho de formar parte. El espacio libre dentro de estos límites, en el que puedo moverme sin culpa sin ningún peligro de perder la unión con el grupo, es la verdadera libertad” (G. Weber)

El artículo de prensa que precede, y que tomo como excusa para escribir este breve texto, precisamente hace un buen análisis histórico de cómo las instituciones, especialmente religiosas, han sabido hacer un buen uso del fenómeno de la culpa como un mecanismo de poder y control.

Ahora bien, parte del inmenso reto que tenemos quienes acompañamos a otros en su proceso de desarrollo personal (por no usar una palabra muy de moda que no me gusta: sanación), es caminar juntos hacia el transitar esa culpa desde un profundo trabajo emocional sobre el significado de la misma en nuestra vida infantil. En este sentido, todo crecimiento hacia la vida adulta implica el asumir una cuota de culpa. En otros términos, aprender a mirar la culpa desde el adulto que somos y no desde la herida infantil.

El proceso de individuación como lo llamaría Jung, de convertirnos en verdaderos adultos, pasa por esta toma de consciencia individual acerca de las renuncias que necesariamente debemos asumir. En nuestro procesos de trabajo con personas o grupos en La Escuela del Campo Sistémico, acompañamos a otros a realizar el trabajo emocional de mirar la culpa desde un lugar diferente y así caminar hacia un espacio de paz y recibimiento (prefiero el éste término a la aceptación, ésta implica una cierta condescendencia) de nuestro pasado y presente.

https://elpais.com/elpais/2019/01/07/eps/1546863563_564035.html?prod=REG&o=FAV&event=fa&event_log=fa

bottom of page